Pensando en vos alta, y suponiendo que el mundo es un gran barco, cada recurso que decida utilizar el capitán, tiene que generar unos beneficios más tangibles, significativos y duraderos que los que suponen meramente unos productos efímeros para ser consumidos en exceso. En un barco, la prosperidad depende en primer lugar de minimizar el daño económico, porque cada coste que se desplaza y cada beneficio del que uno se apropia resultan una pérdida permanente, quizá irreparable, con consecuencias impredecibles. Si no se consigue el equilibrio adecuado entre bienes buenos y malos, el resultado no será prosperidad, sino crisis y, tal vez, finalmente, un desplome.